La mayoría de las personas que se suicidan manifiestan sus propósitos suicidas de alguna manera. Si bien es cierto que algunas situaciones pueden ser consideradas manipulaciones, intentos de llamar la atención, alardes, etc., no deben minimizarse nunca las expresiones suicidas. En todas las situaciones constituyen una señal de alerta que requiere de asistencia específica.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud, se calcula que globalmente un millón de muertes al año están relacionadas con suicidios, estimándose la mortalidad anual global en 16 muertes por 100.000 personas, lo que equivale a una muerte cada 40 segundos. La muerte autoprovocada constituye el 1,5% de todas las muertes y es la décima causa de muerte en el mundo. Mientras que la mortalidad por otras causas, como enfermedades infecciosas y muertes infantiles, ha disminuido, las tasas de muerte por suicido parecen haber aumentado. Las razones para este aumento probablemente sean multifactoriales.
En algunos países el suicidio se encuentra entre las 3 causas más frecuentes de muerte entre las personas de 15 a 44 años y la segunda causa de muerte entre el grupo etario de 10 a 24 años. Los hombres tienen cuatro veces más probabilidades de cometer suicidio que las mujeres. Las mujeres intentan suicidares con una frecuencia del doble con respecto a los hombres. Las tasas más altas de suicidio pertenecen a hombres ancianos. Los ancianos eligen medios más letales, como armas de fuego, y más a menudo completan los intentos suicidas, en comparación con personas más jóvenes. Sin embargo, las tasas de suicidio entre los jóvenes han ido aumentando al punto que se han transformado en el grupo de mayor riesgo en una tercera parte de los países. Se ha estimado que los intentos de suicidio superan a los suicidios consumados unas 10 a 25 veces. Datos de Argentina muestran que la tasa de mortalidad por suicidio por 100.000 individuos fue de 9,7 en hombres y 2,7 en mujeres, para el año 1995, según datos de la WHO.
Es un mito que “el que se quiere matar no lo dice”. Este error conduce a no prestar la debida atención a las personas que manifiestan sus ideas suicidas o amenazan con suicidarse. La mayoría de las personas que se suicidan manifiestan sus propósitos suicidas de alguna manera. A los efectos de la prevención, es también importante remarcar que la mayoría de los que comunican su ideación o intención suicida, no llega a consumarlo nunca. Otro mito es “el que lo dice no lo hace”. Si bien es cierto que algunas situaciones pueden ser consideradas manipulaciones, intentos de llamar la atención, alardes, etc., no deben minimizarse nunca las expresiones suicidas. En todas las situaciones constituyen una señal de alerta que requiere de asistencia específica. En numerosas ocasiones las personas que están considerando la posibilidad de quitarse la vida emiten señales sutiles y difíciles de percibir incluso para una persona entrenada. Unas de las dificultades a la que nos enfrentamos radica en que una gran cantidad de potenciales suicidas vive en soledad, por lo que no resulta nada sencillo poder decodificar las señales emitidas por el suicida, hasta que muchas veces ya es tarde. Entendemos que las personas que intentan cometer el suicidio no son cobardes, sino personas que sufren y no cuentan con otros mecanismos de adaptación y resolución de conflictos que no sea la autoagresión. Los que intentan el suicidio no son valientes ni cobardes, pues la valentía y la cobardía son atributos de la personalidad que no se cuantifican según la cantidad de veces que la persona intenta quitarse la vida.
Existe la creencia de que sólo los psiquiatras y los psicólogos pueden prevenir el suicidio. Este es un criterio equivocado que, por un lado, pretende hacer de la prevención del suicidio un campo privativo de estos profesionales y, por el otro, disminuye las posibilidades de prevención, dejándola en manos de un grupo reducido de personas cuando el número de personas que intentan matarse y lo logran es muy significativo. Cualquiera interesado en auxiliar a este tipo de personas puede convertirse en un valioso colaborador en su prevención y contribuir a que el individuo llegue con vida a recibir atención por parte de los profesionales.